«Prediqué mi evangelio didáctico y puse una flor de comprensión en la desgracia humana, en la incultura sin culpa, en el querer y no poder, en lágrimas inocentes. Luché contra la injusticia y la petulancia. Les di todo lo mejor de mi vida y formé aquellos niños para ser hombres y mujeres del mañana. Aquellos ojos inocentes que cada mañana al entrar en la escuela, me miraban con amor puro, y me decían: «“te queremos, nunca te olvidaremos“».

Mª Esther Fernández Fernández