Era una oscura y fría noche de invierno. Una espesa cortina de lluvia se precipitaba contra la luna del coche sin darle tiempo al parabrisas a saludarla.  Los faros antiniebla del Mercedes azul marino no lograban ganar la batalla a la espesa niebla que lo envolvía todo, dando un aspecto fantasmagórico a los desnudos árboles que surcaban las orillas de la carretera comarcal 666. El asfalto estaba en muy mal estado, con baches que hacían rebotar al coche y salpicaban con brusquedad a su paso el agua acumulada en ellos. Tristán miró de reojo el reloj del salpicadero. Las 23:30 de la noche, llevaba fuera de casa desde el alba y Malena ya le había llamado varias veces muy enfadada.  Le aborrecía la idea de llegar a casa; sabía lo que le esperaba, reproches, gritos y la bronca de costumbre antes de irse a dormir. Malena estaba cada día más intransigente y, no se equivocaba cuando le decía que estaba asumiendo en su trabajo más responsabilidades de las que le correspondía para no estar en casa y de esa forma evitar tener una vida familiar. Tristán miró de forma solazada a su izquierda, una casa indiana medio en ruinas surgió entre la espesa niebla y pertinaz lluvia, sin embargo, sintió una extraña paz que hacía tiempo que no apreciaba. Deseo ser el dueño de esa casa y tener su espacio. Un lugar de paz y tranquilidad donde poder ser feliz con Alicia. De repente un rudo extraño atrajo su atención.  Aminoro la marcha y aparco en un lado de la estrecha carretera. Con presteza abrió la puerta del Mercedes y se enfrentó a un viento racheado cargado de frías gotas de lluvia. La niebla lo envolvía todo, la carretera esta desierta y no se veía ni una mísera luz de algún pueblo cercano. Tristán dio una vuelta alrededor del coche y comprobó que había pinchado.  Jurando en arameo y bajando a todos los santos del cielo se dispuso a abrir el maletero para cambiar la rueda pinchada. De repente se percató que no había rueda de recambio y recordó que Malena había cogido el coche el fin de semana y le había comentado que había pinchado. —¡Maldita sea!— Farfullo Tristán en un agudo aullido que rompió el silencio de la noche y fue ahogado por el viento. Empapado hasta los huesos busco el móvil en el bolsillo de su chaqueta. No había cobertura. — Maldito cacharro inútil— volvió a aullar. Busco una linterna en la guantera para inspeccionar el terreno y ver si había alguna casa cerca.  Al fijar la luz en el asfalto, se vio que un reguero rojizo fluía entre sus zapatos italianos fruto de la fuerte lluvia que estaba cayendo. Levanto la vista y comprobó que el reguero comenzaba a adquirir el tono rojizo a unos escasos metros del coche. Levanto la linterna del suelo y dirigió la luz a la orilla de la carretera. En medio de la espesa cortina de niebla y la obstinada lluvia pudo distinguir un bulto que rebullía y lanzaba pequeños quejidos de dolor. Tristán con el corazón en un puño se acercó con sigilo al pequeño bulto.  Dirigió la luz de la linterna sobre él y se encontró con los enormes ojos azules de un indefenso gato que había sido atropellado y abandonado a su suerte. Un escalofrió recorrió el cuerpo de Tristán. Tenía pavor a los gatos, desde el día que el gato de su abuela lo araño en la cara y casi le saca un ojo siendo un bebé de dos años.  El gato clavo su mirada en Tristán y este se quedó paralizado.  No sabía qué hacer, si volver sobre sus pasos o prestar ayuda a un animal indefenso que le producía repugnancia y terror. Casi de forma mecánica Tristán se agacho y acerco su mano al animal, este no hizo nada, no intento defenderse, ni arañarlo ni morderlo.  Se quedó inmóvil, mostrando una inusual confianza. Tristán con mano torpe y temblorosa acaricio al mal trecho bicho y se topó con un collar que llevaba una placa con la siguiente inscripción: «Me llamo Trece y vivo en la casa indiana de la colina».

—Así que te llamas Trece— dijo Tristán en un susurro que el animal interpreto como un gesto de ayuda y se lo agradeció frotando su cabeza sobre la mano de Tristán. —Espera, que vuelvo ahora— dijo Tristán al bicho peludo ensangrentado y empapado que yacía a sus pies. Tristán con paso ligero volvió sobre sus pasos y saco del coche una manta de viaje. Se acercó al animal y con repugnancia, miedo y cuidado de no hacerle daño lo envolvió en la manta y lo acurruco sobre su pecho.  Ya con el animal en brazos, miro a su alrededor y pudo divisar una silueta de casa a unos escasos metros. Era la casa indiana que había captado su atención hacia un rato y que parecía en ruinas y deshabitada. Tristán decidió dirigir sus pasos hacia la casa, a medida que se iba acercando pudo apreciar que la casa no estaba en ruinas y que había signos de estar habitada. Con una mano abrió la portilla que separaba el jardín de la casa del camino y entro. Una amarillenta y tenue luz salía de una de las habitaciones acompañada por unas despistadas notas de Chopin que se fundían con la lluvia al caer contra la tierra. Con cautela, Tristán subió los tres escalones que separaban el porche del jardín y justo cuando iba a hacer sonar la campanilla se abrió la puerta.

—Buenas noches caballero, acertó a decir Tristán a la figura que estaba en el umbral de la puerta y que le resultaba muy familiar. Tristán no pudo continuar fue interrumpido por el desconocido.

 —¡Trece! ¡Amigo mío! ¿Qué te han hecho?— Exclamo el anciano al tiempo que se hacía a un lado e invitaba a entrar a Tristán. Ya en vestíbulo Tristán entrego a Trece a su dueño, y este con sumo cuidado lo deposito delante de la chimenea al tiempo que desparecía para buscar unas tollas y el botiquín.

—¡Pasa! ¡No te quedes ahí! Estas empapado y vas a coger una pulmonía. Pasa al baño, sécate y cámbiate de ropa, mientras yo me ocupo de mi peludo y fiel amigo.

Tristán por inercia acato las órdenes del desconocido y como si conociera la casa se fue al baño.  Se dio una ducha caliente y se puso la ropa que estaba dispuesta en una silla. Cuando salió del baño encontró en el salón al desconocido con dos copas de Brandy esperándolo.

Pasa y siéntate. Me he tomado la libertad de servirte una copa de Brandy¾. Tristán se sentó en el sillón orejero situado a un lado de la chimenea y situado enfrente de su anfitrión. Al tomar la copa entre sus manos se percató de unos destellos dorados que flotaba por el oscuro líquido. 

—Son polvos de oro de 23 Kilates, aclaro el desconocido. Dale un trago, es excelente. —Por cierto, me acabo de dar cuenta que no me he presentado— continúo diciendo el desconocido—. Soy Tristán y te doy las gracias por haberle salvado la vida a Trece.

Aquellas palabras martillearon en la cabeza de Tristán como si de una alarma se tratara. No podía de dejar de mirar al sujeto que tenía enfrente. Le resultaba sumamente familiar sus facciones, los gestos, la voz, la mirada…Era como si se estuviera viendo en un espejo y este le devolviera su imagen de anciano.

—¿Tristán— acertó a decir Tristán de forma torpe —¡qué casualidad!, nos llamamos igual.

 —¿Tú crees?, pregunto el anciano con una sonrisa amarga en la comisura de los labios.

—Lo cierto es que me recuerda a alguien…,dejo caer Tristán al tiempo que daba un sorbo a su copa.

—Por supuesto que te recuerdo a alguien, afirmó con vehemencia el anciano. Mírame bien o mejor dicho, mírate bien. Estas viéndote dentro de unos años. ¡Mira bien esta casa! Esa que hace unas horas viste al pasar en el coche y deseaste que fuera tuya. Ese remanso de paz y tranquilidad que tanto deseas. Ese espació que solo quieres compartir con Alicia, pero que eres incapaz de aceptar. Tristán miró horrorizado al anciano— ¿Qué clase de desagradable broma es esta?

—No es ninguna broma Tristán, continuo el anciano. Este es tu futuro si te empeñas de continuar burlando al destino. Si persistes en negarte la felicidad. Si  continúas dando más prioridad al qué dirán que a tu bienestar ¡Esto te espera Tristán! Perder a Alicia. Ella se ira y hará su vida con otro que la va a apreciar y darle el lugar que se merece. Malena también se va a marchar cansada de tu apatía y, tú, te vas a quedar con la sola compañía de Trece. Un gato común atigrado anaranjado ¡Un gato Tristán!, el animal que tanto detestas, va a ser tu única compañía. Mira bien esta casa. Los muebles, los libros, el piano, el jardín, la cocina… van a ser tu única compañía.

—¡No!, gritó Tristán levantándose bruscamente del sillón ¿Qué me has echado en la copa?

—Tristán, Tristán, Tristán… mírame bien. Nada más verme en el umbral de la puerta te reconociste. Persistes en ser un cobarde ¡Nada más puedo hacer! Pero recuerda la frase de Edag Allen Poe. «Me volví loco, con largos intervalos de horrible cordura».

—Esto tiene que ser una pesadilla fruto del cansancio y el estrés.

—No Tristán ¡No! Has burlado demasiadas veces al destino. Te ha dado un sinfín de oportunidades y, esta es la última oportunidad. No sabes lo afortunado que eres de poder ver lo que te espera. La más absoluta de las soledades. Soledad en mayúscula, ya que tú no quieres estar solo. Quieres a Alicia pero tu cabezonería, arrogancia, soberbia, orgullo y prepotencia te impiden ver más allá de unos estúpidos convencionalismos e intereses económicos. Y te puedo asegurar que con los años no te van a servir de nada.

—Quiero irme, dijo Tristán exasperado ¿Tiene un teléfono para llamar a asistencia en carretera? No tengo cobertura en el móvil.

—En la biblioteca está el teléfono.

Como si lo persiguiera el mismísimo diablo salió Tristán en dirección de la biblioteca. Sintió un gran alivio al escuchar al otro lado de la línea telefónica la amable voz de la operadora solicitándole la ubicación del vehículo y confirmándole que en quince minutos estarían con la rueda de recambio.

—Acaban de confirmarme que en 15 minutos, vienen con la rueda de recambio, comenzó a decir Tristán. Espero que trece se restablezca por completo.

—No hagas esperar más a la última oportunidad que te da el destino. Espero que sepas aprovecharla.

Tristán, ladeo la cabeza a modo de despedida y con paso ligero se acercó a la puerta. La lluvia había cesado y la niebla había desaparecido. La desapacible noche de invierno que había dejado cuando entro en la casa se había esfumado. Cuando llego al coche el servicio de asistencia estaba cambiando la rueda y en cuestión de minutos pudo reanudar el regreso a casa.

Eran las tres de la madrugada cuando hizo girar la llave en la puerta de su casa, y como no, Malena lo estaba esperando despierta para darle su ración de reproches. Tristán aguantó estoicamente el chaparrón verbal de Malena, al tiempo que se miraba en el espejo de la entrada y este le devolvía la imagen de un anciano diciéndole: recuerda la frase de Edag Allen Poe. «Me volví loco, con largos intervalos de horrible cordura». Y así es como se sentía Tristán, su vida era largos intervalos de horrible cordura, ya que no tenía el valor de seguir a su corazón.

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